Belchite, las cicatrices de la Guerra Civil española al desnudo
El pueblo aragonés de Belchite sufrió todas las calamidades propias de la Guerra Civil española, como otros, pero en ninguno quedan cicatrices tan visibles hoy en día, desde las ruinas de su gran batalla a las fosas comunes de represaliados políticos.
"Aquí hemos encontrado hombres, mujeres" y un niño, que no se separó de su madre, explica Ignacio Lorenzo, de 70 años, arqueólogo y antropólogo, mientras se ocupa meticulosamente de la exhumación de los últimos esqueletos de una fosa común dentro del cementerio del pueblo.
"El crimen que habían cometido era haber votado a partidos de izquierdas, o tener algún carné sindical", dice Lorenzo.
"Fue una represión política y sistemática de población civil" que se saldó, según cifras recabadas entre testimonios, con más de 300 personas asesinadas de una población de más de 3.000.
Lorenzo y su equipo sacaron de las fosas del interior del cementerio más de 90 cadáveres, algunos con manos y pies atados, otros con signos de torturas, muchos boca abajo -indicio de que podían haber sido ejecutados a pie de tumba.
El arqueólogo cree que podría haber otras fosas en el exterior, junto a las tapias, pero que muchos cuerpos se perdieron bajo los nichos construidos en el camposanto después del conflicto de 1936-1939.
Según datos reunidos por el historiador británico Paul Preston, autor de "El Holocausto Español", 200.000 personas fueron asesinadas en la retaguardia, lejos del frente, durante el conflicto: 150.000 en la zona franquista, y 50.000 en la republicana.
"Hay todavía 114.000 desaparecidos forzosos", la mayoría republicanos, dijo el presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, sosteniendo que sólo Camboya supera a España en desaparecidos.
Sánchez justificaba así la nueva Ley de Memoria Democrática que se aprobará este jueves, y en la que el Estado asume como deber, por primera vez, buscar e identificar a las víctimas.
- Belchite Nuevo y Viejo, la frontera del olvido -
Los sublevados -más tarde "franquistas"- se hicieron con Belchite poco después del golpe de Estado contra la República de julio de 1936 y empezaron las ejecuciones de izquierdistas, entre los que estaban los abuelos del cantante Joan Manuel Serrat, confirma Lorenzo.
Un año más tarde, el 6 de septiembre de 1937, los republicanos recuperaron el control del pueblo tras dos semanas de sitio y una batalla feroz en la que murieron más de 5.000 personas, y el pueblo quedó casi del todo destruido.
El cambio de manos del pueblo dio pie a represalias de los republicanos, a juzgar por algunas lápidas del cementerio con fechas de fallecimiento en 1937: "asesinada por los rojos", dice una, "asesinado por los enemigos de Dios y de España", dice otra.
Tras su victoria definitiva, el dictador Francisco Franco (1939-1975) decidió preservar las ruinas con fines propagandísticos, y construyó un pueblo nuevo al lado, al que se trasladaron los vecinos.
El Belchite Viejo y el Belchite Nuevo están separados por una puerta que sólo se abre para las visitas guiadas, marcando una frontera física pero también mental: "se hizo un corte a partir de la Guerra Civil, ahí se dejó el pasado y empezó un nuevo futuro con el nuevo pueblo", explica Mari Ángeles Lafoz, concejal socialista.
"La gente lo pasó mal", lo justifica Domingo Serrano, que nació en el Belchite Viejo en 1946, en una de las casas que sobrevivió a la batalla, junto al convento de San Agustín, cuyo esqueleto acentúa el efecto sobrecogedor del pueblo.
De pequeño, jugueteando con los amigos, encontraban balas. En la torre del convento hay un obús incrustado, que no se desactivó, nadie sabe por qué, hasta hace unos meses.
Serrano fue alcalde del Belchite veinte años, hasta 2003, y puso empeño en salvar lo que quedaba de la parte vieja, que se caía a trozos o era objeto de saqueo, pero nunca dispuso de los medios necesarios.
Los siete millones de euros que el gobierno va a destinar ahora a un proyecto por definir le parece que llegan "con 40 años de retraso".
- Una Pompeya española -
"La pena ha sido que se ha dejado caer, no se le ha hecho caso al Pueblo Viejo, como si fuera algo que, si se pudiera olvidar, sería mejor", afirma el exalcalde.
Todos los entrevistados por la AFP coincidieron en que no hay que reconstruir el pueblo como era antes de la guerra, un municipio próspero que vivía del aceite de oliva y tenía hasta diez iglesias, capillas y monasterios, si no consolidar las paredes y muros, limpiarlo de cascotes y recuperar el pavimento original de las calles.
Unas 40.000 personas visitaron el Pueblo Viejo en 2019, último año normal antes de la pandemia, según el ayuntamiento.
Belchite es una "Pompeya española", explica el arqueólogo Alfonso Fanjul, de 48 años, mencionando a la ciudad romana sepultada en el año 79 por la lava del Vesubio, que selló y permitió la conservación de sus ruinas.
Fanjul, presidente de la Asociación Española de Arqueología Militar, dirige a un equipo de voluntarios venidos de medio mundo que, bajo un sol abrasador, limpiaban y recuperaban el empedrado original.
Una de las voluntarias de su equipo, la estudiante estadounidense Ellie Tornquist, de Chicago, de 24 años, asiente: "es realmente uno de los pocos sitios en el mundo que te recuerda tan crudamente" unos hechos acontecidos entre sus paredes.
El pasado no es fácil de digerir en Belchite, ni en muchos pueblos de España, donde verdugos y víctimas se conocían, y donde sus familiares convivieron después.
La Guerra Civil "es un tema muy delicado", admite el alcalde, Carmelo Pérez, del conservador Partido Popular, pero, añade, "Belchite es un lugar único en España, y de los pocos de Europa" que sufrieron la guerra y que aún "podemos dignificar".
W.Baert --JdB