Journal De Bruxelles - Antonina pasa la guerra en Ucrania entre crucigramas y ataúdes

Antonina pasa la guerra en Ucrania entre crucigramas y ataúdes
Antonina pasa la guerra en Ucrania entre crucigramas y ataúdes / Foto: Yasuyoshi Chiba - AFP

Antonina pasa la guerra en Ucrania entre crucigramas y ataúdes

Un rayo de sol llega a la mesa de fórmica decorada con flores sobre la cual Antonina hace crucigramas rodeada de ataúdes en una funeraria de Severodonetsk, la última posición ucraniana en el este del país, tomado en gran parte por las tropas rusas.

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Junto a un edificio destruido por los bombardeos, Antonina Boloto, de 60 años, organizó en este inusual ambiente un espacio para la supervivencia de su familia.

"Esto no es una morgue, es una funeraria" y tiene la ventaja de tener un sótano, aclara.

En la habitación única y sombría lucen cuatro féretros de color, forrados con un delicado satén blanco. También hay coronas funerarias y cruces de madera con los precios escritos a mano.

En Severodonetsk, los bombardeos obligan a las familias a ingeniárselas por sí mismas para enterrar a los suyos. Antonina Boloto, empleada de la funeraria, ya no tiene clientes.

Ahora pasa sus días organizando su vida en el local convertido en refugio, sin perder la sonrisa, pese al ambiente apocalíptico de cuanto la rodea.

"La guerra se sobrelleva como se puede", resume esta enjuta y enérgica mujer, con la cabeza cubierta por un gorro de lana rojo.

- En paz -

"Ahorramos agua, la guardamos aquí", dice, señalando los barreños de hierro llenos.

"Tenemos leña seca, que uso solamente para cocinar en el calentador de afuera", explica, mostrando una instalación de ladrillos con una parrilla.

La cacerola está negra de tanto haberla puesto sobre las llamas, lamenta.

Si llegara a faltar la leña, piensa pedirle al dueño de la funeraria usar los ataúdes. "Si tenemos que hacerlo, lo haremos", afirma.

Para sobrevivir, esta familia de ocho personas, en su mayoría ancianos, tiene aún una caja de papas y algunos paquetes de fideos, así como aceite, jamón y conservas distribuidos por una oenegé.

Para evitar el hacinamiento, Antonina saca al sol dos taburetes e instala a su madre Nina, de 82 años, y a su cuñada, que tiene la mirada perdida.

Las dos mujeres, dicen que la otra ha "perdido la cabeza", pueden así discutir lejos de Antonina, aunque permanecen del sótano, en caso de bombardeos en el barrio.

Este lugar dedicado al luto se ha salvado milagrosamente de los ataques y Antonina vive valientemente en paz con la idea de la muerte.

"Lo que tiene que ocurrir, ocurre. Uno puede ir a cualquier lugar y al cruzar lo atropella un coche. ¿No es así?", comenta, afirmando que reza todos los días para que el conflicto termine "lo antes posible".

J.M.Gillet--JdB