Cerro Blanco, la "isla" verde de Guayaquil acechada por la deforestación
Cráteres inmensos van dejando claros en un corredor de bosque que bordea la ciudad ecuatoriana de Guayaquil y se extiende hasta Perú. Cerro Blanco es hoy una "isla" de fauna y flora excepcional acechada por canteras, construcciones y deforestación.
Un costado de la colina de más de 6.000 hectáreas de bosque seco tropical se marchita al paso del crecimiento de la segunda urbe de Ecuador, un puerto marítimo y fluvial de unos 3 millones de habitantes.
En 15 años, desde que comenzó la expansión en el noroeste de Guayaquil, Cerro Blanco se ha convertido en una "isla encerrada y acorralada por la ciudad", dice a la AFP Eliana Molineros, creadora de la Fundación Proyecto Sacha, que lucha por la protección de animales silvestres.
Este ecosistema rico y frágil a la vez, considerado en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), concentra cientos de especies de aves, al menos 60 tipos de mamíferos como el jaguar -el felino más grande de América- y decenas de plantas endémicas.
En el mundo, queda apenas el 10% de extensión original de bosque seco tropical, y el remanente virgen que existe en Cerro Blanco es uno de los pocos en Latinoamérica.
Pero la reserva es también una mina de piedra caliza, materia prima para la producción de cemento que da nombre al cerro por su color blancuzco.
Unas 36 canteras devoran la vegetación de la zona aledaña al bosque. Diez están a cargo del municipio y las demás tienen autorización de la estatal Agencia de Control Minero, aunque pobladores sostienen que algunas operan de manera ilegal.
El sábado decenas de personas, que tienen sus viviendas donde antes era un bosque que desapareció a causa de la minería, protestaron en la aledaña Vía a la Costa con carteles que decían "fuera las canteras" y "Ministerio de Ambiente, proteja los pulmones de Guayaquil de la depredación".
Algunas explotaciones no cuentan con los permisos y otras que en el pasado operaron de forma ilegal quedaron abandonadas como cicatrices sobre las montañas.
Aunque la Constitución ecuatoriana reconoce a la naturaleza como sujeto de "derechos", cuatro organizaciones piden que el bosque sea declarado área protegida para evitar su deterioro. Si la solicitud prospera ante autoridades ambientales, se prohibirían las canteras y otras actividades extractivas en la zona.
- Urbanizaciones y barriadas -
Rodeado de mariposas blancas, el biólogo Paúl Cun se detiene ante un higuerón de 40 metros de altura que se levanta imponente en Cerro Blanco.
Con sus botas hundidas en el lodo, cuenta que desde que llegó a la reserva como voluntario en 1998 lo han mordido serpientes y que algunos monos aulladores le han lanzado frutos. Sus historias son testimonio de que el bosque es un laboratorio viviente.
Allí anidan unas 250 especies de aves, algunas como el gavilán caracolero, que se reconoce por su canto similar a una carcajada.
En los árboles pigios habitan papagayos, un ave emblemática local que cuenta solo con unos 60 ejemplares en libertad, según expertos.
También abundan variados tipos de hongos, algunos de ellos púrpuras, pegajosos y otros negros muy finos, conocidos como "mano de muerto" porque emergen como garras de la tierra.
Alrededor, árboles tan altos como edificios de 20 pisos disipan los rayos de sol.
"Estamos parados en el área mejor conservada de bosque seco tropical de Ecuador", sostiene Cun.
Hacia el sur, Cerro Blanco colinda con unos 40.000 habitantes de 30 urbanizaciones de clase media y alta, otra amenaza contra la biodiversidad del parque natural. Y al norte, crecen sin control las barriadas Monte Sinaí y Ciudad de Dios, los enclaves de miseria más grandes de Guayaquil, una ciudad desigual y sumida en la violencia del narcotráfico.
Tres Bocas es el sector más peligroso, custodiado por dos guardaparques desarmados que poco pueden hacer ante los traficantes de tierras o quienes provocan incendios forestales para aplanar el terreno y construir más viviendas.
- Turismo -
Antes de ser privado, Cerro Blanco era la hacienda de un terrateniente de los años 50 que fue expropiada por el Estado y vendida en 1989 a la cementera Holcim. La empresa suiza decidió proteger 2.000 hectáreas como parte de un plan de compensación ambiental y delegó la reserva a la Fundación Probosque, donde Cun es técnico forestal.
Algunos turistas recorren los senderos ecológicos y fotografían los esquivos animales. En 2022, unas 13.000 personas, 15% de ellas extranjeras, visitaron el área, según Probosque.
Pero la encargada turística de Cerro Blanco, Romina Escudero, lamenta el poco apoyo de la alcaldía local. "Lo máximo que han hecho fue colocar un letrero en la vía con el nombre del bosque", asegura.
Y aunque el pulmón verde respira a media marcha, los visitantes todavía se maravillan con su biodiversidad.
"Nos topamos con un gato gigante", asegura Saúl Vivero, un ciclista que logró avistar un jaguarundi, el gran felino de cola larga y pelaje pardo.
R.Cornelis--JdB