

Trans latinas a las que Francisco "abrió las puertas" oran por su recuperación
Con la frase "¿Quién soy yo para juzgarlo?", el papa Francisco abrió las puertas de la Iglesia a la comunidad LGTB, un hito de su pontificado. Pero para un grupo de prostitutas trans latinoamericanas del litoral romano, su apoyo es también terrenal.
"El papa Francisco abrió las puertas. Yo nunca pensé estar con él en el Vaticano, hablar con él (...) Que nos acepten en la Iglesia es un tesoro para mí", asegura con emoción Andrea Paola Torres, una colombiana de 54 años conocida como Consuelo.
Además de recibirlas en audiencias públicas, el jesuita argentino de 88 años ha ido más allá: les envía dinero para comprar comida, les proporcionó las vacunas contra el covid e incluso pagó el traslado a Perú de los restos de una de ellas, hallada muerta en 2024.
Todo empezó en 2020, durante el confinamiento. Estas prostitutas trans se quedaron sin clientes y acudieron a pedir ayuda a la iglesia Beata Vergine Immacolata de Torvaianica, como decenas de otras personas sin ingresos.
La primera mujer trans fue Paola, argentina, "el 10 u 11 de marzo", recuerda Andrea Conocchia, párroco de la pequeña iglesia de esta localidad costera de 17.000 habitantes, situada a unos 30 kilómetros al sur de Roma.
Muchas más llegaron después. A las primeras cuatro, el padre les recomendó escribir al papa contándoles sus historias y pidiéndole ayuda. Entre "lágrimas" y "vergüenza", las mujeres escribieron sus cartas que llegaron al pontífice.
"El papa Francisco nos mandó dinero para que tuviéramos siquiera para comprar carne o para pagar el alquiler", recuerda Claudia Victoria Salas, una argentina de 58 años, que en esa época dejó la prostitución y se puso a limpiar un bar.
Durante el covid, la iglesia de Torvaianica ayudó a unas 150 mujeres trans. Actualmente, alrededor de 60 siguen recibiendo de vez en cuando la ayuda del papa, dependiendo de sus necesidades.
- Empanadas -
Pobres, migrantes, trans y algunas con VIH, estas mujeres se sitúan "en los márgenes, en la frontera, en la periferia" de la sociedad, a la que el primer papa latinoamericano pide siempre acercarse, en palabras del padre Andrea. Sus vidas lo confirman.
Consuelo abandonó Colombia "por la pobreza y el maltrato policial", Claudia también huyó de Argentina por el rechazo familiar y Debora Tomaz, de 38 años, se marchó de Río de Janeiro por miedo a que su expareja la matara, "como ocurre con tantas mujeres" en Brasil.
Pero para las asociaciones LGTB, la Iglesia no fue suficientemente lejos. Aunque en 2023 permitió a las personas trans bautizarse y ser padrinos de bautizos y testigos en bodas, un año después consideró que el cambio de sexo "atenta contra la dignidad única" de la persona.
Ninguna de las mujeres con las que habló la AFP se sometió a una reasignación de sexo.
El sacerdote de Torvaianica espera que la "revolución pastoral" de acogida de este colectivo acabe poco a poco cambiando la doctrina y subraya el ejemplo de Francisco que, desde 2022 y con lo peor de la pandemia de covid atrás, siempre recibe a varias.
Claudia, que lo vio en cuatro ocasiones, le suele llevar empanadas. La primera vez, "el papa le dijo al que estaba a su lado: 'Esto me lo dejan acá, porque esto me lo llevo a Santa Marta y me lo como ahora'", recuerda orgullosa la nativa de San Pedro de Jujuy.
Aunque Francisco va mejor, su hospitalización el 14 de febrero por problemas respiratorios hizo saltar las alarmas en esta pequeña comunidad, que teme una vuelta atrás de la Iglesia si Jorge Bergoglio fallece.
- "Amamos a Dios" -
"Oro a Dios para que el papa Francisco esté bien, tenga salud. No sé si cuando venga otro papa, va a ser igual que él", asegura Debora, que dejó la prostitución y ahora estudia para sacarse un diploma de educación secundaria.
Consuelo, que empezó a prostituirse como un "hombrecito" con 12 años en Colombia y sigue haciéndolo "para poder sobrevivir", también está preocupada, aunque piensa que las puertas "no se van a cerrar".
"El homosexualismo continuará. Moriré yo y saldrá otra. El papa abrió las puertas de la Iglesia para ver que tenemos una identidad. Somos así, pero amamos a Dios", subraya.
Su precaria casa de dos cuartos, situada entre la playa y la carretera del litoral donde muchas mujeres se prostituyen, muestra la fe de esta mujer de largo cabello negro.
En un rincón de la estancia principal, donde una mesa y cuatro sillas de jardín comparten espacio con una cama, destaca una figura del niño Jesús, que viste con los ropajes que ella cose.
"Cuando estoy sola aquí, me acuerdo de tanto sufrimiento, pero yo me aferro a Jesús, a mi Dios. Soy católica y siempre me he aferrado a él", confiesa, entre lágrimas.
I.Servais--JdB